viernes, diciembre 02, 2016

Todavía a vueltas con salida del alma de Castro de su cuerpo: Lo que está hecho no puede ser deshecho (Macbeth)


No tengo duda de que no pocos habrán captado el sentido de la música que puse todos estos días. Casualmente la descubrí el mismo día que escribí la Elegía a Fidel. Es una música que para mí tiene un sentido clarísimo: el triunfo de Dios.

Me imaginaba a Fidel muriendo y yendo a su oscuro destino desconocido, y a los coros angélicos desde lo alto contemplando, desde lo alto, la escena y cantando esta canción. Ya sea que haya ido a una morada u otra, los coros cantaban con un vigor indescriptible, con una alegría plena, la victoria de Dios.


Fidel, en cierto modo, es como si hubiera retado a Dios con su vida. Y ahora, una vez más, los coros ensalzaban extasiados la gloria del Omnipotente: bien por su salvación, bien por su condenación. 

Hay sentimientos que sólo se pueden expresar con música. ¿Cómo expresar que Dios siempre gana, que no puede hacer otra cosa que ganar, que nunca hubo el más mínimo riesgo de no ganar?

Dios puede callar, Dios puede dar tiempo, otorgar oportunidades, retener por un tiempo el castigo, escuchar la intercesión... Pero hay una cosa que no puede ser Dios: ser débil. Dios es Dios. Y a la hora marcada, el día determinado, el año que Él conocía perfectamente, su Justicia actúa de forma inexorable.

La misma Voz que dijo hágase, y aparecieron los cielos, el Universo, las estrellas, dice ahora hágase, y su Justicia se hace. Es la misma Voz y es el mismo poder. Su Justicia tiene una característica: es inexorable. Ante ella no cabe apelación alguna. Su sentencia es el espanto de los réprobos. ¿Cómo debe ser escuchar de la boca de Dios las palabras: YO te abomino?