Hablando de mi viaje, me gustaría ofrecer
algunos pensamientos por si son útiles a los profesores que me leen, pues
algunos hay.
Una clase y una conferencia son dos
géneros distintos. En una clase (de licenciatura o de doctorado) tienes el
deber de profundizar en el tema tratado. En una conferencia, normalmente, se
busca exponer ante los oyentes el panorama del tema del que has decidido hablar.
La clase permite trabajar el detalle al
máximo. En una conferencia, evidentemente sería un fracaso quedarse a la mitad
de la materia que el tema del título proponía.
En una clase, las preguntas no son un
estorbo para el desarrollo de la materia, sino que forman parte del intercambio
que se produce entre profesor y alumno.
En la conferencia los oyentes son muchos
más. De manera que el intercambio es menor. Allí se va a escuchar al
conferenciante. En una clase, no pasa nada si se emplean diez minutos de
preguntas, respuestas, réplicas y contrarréplicas acerca del sentido de la
palabra griega aion (αἰών). En una
conferencia, forma parte del arte del ponente el evitar que la exposición
embarranque en un arrecife cualquiera.
La conferencia tiene que poseer una
cierta belleza en sus proporciones: la manera (a veces deslumbrante) con la que
se hace entrar en el tema a los presentes (por muy especialistas que sean), el
modo en el que se mantiene el interés, el final de la conferencia como un final
musical, es decir, con una conclusión que suponga el coronamiento de una
exposición.
En una clase, las cosas se retoman donde
se dejaron. Todas las clases forman un continuum
en el que se busca, ante todo, que los alumnos aprendan.
No estoy diciendo que la clase es para
un público más selecto y la conferencia para un público más general. No. En ocasiones,
en una conferencia, todos los oyentes son especialistas. La conferencia tiene más de obra
de arte. La clase tiene más de diálogo. La conferencia expone un tema de un
modo equilibrado, incluso estéticamente proporcionado, en el tiempo predefinido.
La clase forma un tiempo continuo dividido en días. La clase puede descender al
detalle, la conferencia presenta un panorama. Como se ve, son dos géneros.
Existe el riesgo de que un profesor
convierta sus clases en conferencias. Buscando no ser interrumpido para ser alabado
por sus alumnos al final. Este riesgo es bajo. Sí que es mayor el riesgo de que
un conferenciante convierta su ponencia en una clase.
Lo que sí que es digno de evitar, es que
el conferenciante lea su intervención de principio a fin. Se leen las citas,
pero se supone que un gran ponente debe ser como el músico que improvisa a
tenor de un tema principal. De manera que cada conferencia constituya una obra
intelectual única. ¿Qué diferencia hay entre escuchar a alguien que lee o leer
el libro en casa cómodamente sentado en el sillón con una taza de té al lado? El
gran conferenciante enardece, aviva las pasiones, la pasión del conocimiento.
El profesor tampoco se sienta para leer
unos papeles, sino para reflexionar conjuntamente. De esta manera, las clases
se convierten no en una carga, sino en un placer. En un momento agradable,
distendido, mucho más apasionante que la lectura de varios libros.