
Por primera vez en mi vida he leído horrorizado los comentarios a mi post. No suelo leerlos, salvo en diagonal y con prisa, pero esta vez lo he hecho atónito. No me lo podía creer.
En serio, si hubiera sabido que los seguidores de Fede estaban tan poco duchos en el arte de la ironía, probablemente no sólo no hubiera escrito el post anterior, sino que quizá ni hubiera empezado el blog entero.
Pero vamos a ver, ¿a qué mente en su sano juicio se le ocurre poner patas arriba todo para invitar a alguien a cenar. Mis posts han sido leídos por varios obispos aquí en España y por algunos monseñores en Roma, dadlo por cierto. Mi persona puede ser humilde y hasta con un cierto aspecto de sabio loco, pero me han leído, creedlo. ¿Pensáis en serio que, al final, todo era para invitarlo a cenar?
Si lo hubiera invitado a la ópera, ¿hubiera tenido que quemar el edificio de la emisora? Para invitar a César, a Federico y a Hesliftin a una excursión qué se supone que hubiera tenido que hacer, ¿volar el centro de Madrid?
¡Mamma mia, qué lectores! ¿Pero qué hago yo con estas mimbres? ¿Con estos bueyes qué puedo arar? Sabía que los fans de Fede no eran lectores habituales del New England Journal, pero en el fondo soy yo el culpable por no leer los comentarios.
Unos atribuían mi último post a un milagro.
Sí, claro, el milagro de P.Tinto.
Otros a mi cansancio, o al estrés.
Sí, sobre todo ahora que escribo mi post en un balneario pirenaico.
Otros a una llamada de arriba.
¿Y por qué no una llamada de abajo?
En serio, si hubiera sabido que los seguidores de Fede estaban tan poco duchos en el arte de la ironía, probablemente no sólo no hubiera escrito el post anterior, sino que quizá ni hubiera empezado el blog entero.
Pero vamos a ver, ¿a qué mente en su sano juicio se le ocurre poner patas arriba todo para invitar a alguien a cenar. Mis posts han sido leídos por varios obispos aquí en España y por algunos monseñores en Roma, dadlo por cierto. Mi persona puede ser humilde y hasta con un cierto aspecto de sabio loco, pero me han leído, creedlo. ¿Pensáis en serio que, al final, todo era para invitarlo a cenar?
Si lo hubiera invitado a la ópera, ¿hubiera tenido que quemar el edificio de la emisora? Para invitar a César, a Federico y a Hesliftin a una excursión qué se supone que hubiera tenido que hacer, ¿volar el centro de Madrid?
¡Mamma mia, qué lectores! ¿Pero qué hago yo con estas mimbres? ¿Con estos bueyes qué puedo arar? Sabía que los fans de Fede no eran lectores habituales del New England Journal, pero en el fondo soy yo el culpable por no leer los comentarios.
Unos atribuían mi último post a un milagro.
Sí, claro, el milagro de P.Tinto.
Otros a mi cansancio, o al estrés.
Sí, sobre todo ahora que escribo mi post en un balneario pirenaico.
Otros a una llamada de arriba.
¿Y por qué no una llamada de abajo?
Otros a una corrección jerárquica.
Aunque no imposible, es difícil una corrección para no sostener una opinión sobre un tema opinable. Y más cuando mi opinión coincide con la de muchos obispos y la de algunos trabajadores de la Via de la Conziliazione.
Otros sostenían que mi cambio de actitud se debía a razones misteriosas.
Al ignorante todo le parece misterioso.
Que conste que incluso las señoras de la limpieza de la gran emisora captaron la ironía. Y eso que ellas son las peores. Hace tiempo que sé que ellas son las que de verdad mueven los hilos de toda la casa.
Otros sostenían que mi cambio de actitud se debía a razones misteriosas.
Al ignorante todo le parece misterioso.
Que conste que incluso las señoras de la limpieza de la gran emisora captaron la ironía. Y eso que ellas son las peores. Hace tiempo que sé que ellas son las que de verdad mueven los hilos de toda la casa.